martes, 28 de agosto de 2012

Sin saber jugar, volé

Por primera vez me encontraba sólo explorando el barrio. Esa tarde hacía tanto calor que tuve que ir a dar un paseo, y tuve que escaparme para hacerlo. Costó bastante tomar la decisión, hace unos meses que Juan dejaba la ventana abierta pero nunca me había animado, hasta ayer.

La calle me pareció tan grande. Era algo difícil de explicar lo que estaba sintiendo. El aire fresco me rosaba y me decía algo así como que había cruzado una línea, había abierto una barrera que nunca más iba a poder cerrar. Pero dejé de pensar, para poder disfrutar.

De un par de cuadras constaba el recorrido que me permití realizar. No quería tardar, ya que el plan era llegar antes que Juan. Iba muy tranquilo mirando a la gente que pasaba, hasta que de pronto me choqué con un árbol. Quizás el golpe fue lo de menos, pero agarrarme desprevenido hizo que me cayera al piso sin poder moverme.

No sé cuánto tiempo estuve en el suelo, pero en un momento comencé a tratar de levantarme aunque no lograba hacerlo. De repente, llegó ella corriendo. Radiante. Había algo en su sonrisa que me inspiró confianza. Dejándome llevar por la situación, y sus ojos, me entregué a la ayuda que me brindó.

Me llevó a su casa. Tenía un fondo con un parque inmenso. Me recostó sobre el pasto y comenzó a inspeccionarme. Me daba vueltas de acá para allá sin omitir sonido. Estaba tan nervioso que se me escapó una palabra y dije “Juan”. Ella me miró sorprendida de que pudiera hablar y me insistió para que lo repitiera. Yo, que quería entrar en confianza, volví a decirlo como veinte veces más, hasta que me invitó a jugar con ella.

¿Jugar? No tenía idea de lo que era eso. Lo único que yo hacía era mirar por la ventana a la gente y repetir lo que me decían. Pero a ella se ve que no le importó y comenzó a ponerme sobre la cabeza hojas de parra, de a ratos me tiraba pasto y luego me acariciaba. En un momento al grito de “mamá” vino una señora con una cosa cuadrada, le dijo que se quedara quieta y que me tomara en su brazo, y mágicamente se prendió una luz que duró un instante. Después se fue y nunca más la vi.

Pasamos toda la tarde juntos hasta que recordé que tenía que volver a casa. Me desesperé, comencé a correr de lado a lado. Ella no comprendía lo que estaba sucediendo, y yo la verdad, es que no recordaba como volver. Frené y me di cuenta que ya no importaba, quería seguir volando y que me sucedieran más cosas como éstas. Así que me elevé y me fui quién sabe a dónde.

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