domingo, 11 de agosto de 2013


...Y un día dejé de escribir a mano,
de comprarme lápices de colores,
de pensar en pintar la pared de verde, 
de inventar peinados. 

Dejé de ser espontánea y cambié. Ni para bien ni para mal. Sólo cambié. 

Pero también, una noche recordé todas las cosas que quería hacer. Los sueños. Las ganas.

Sin saberlo volví y dejé que la imaginación florezca. Para ser feliz o, al menos, para estar más tranquila.